lunes, 2 de septiembre de 2013

TWO SHOOT: Un tiempo desconocido.


(Parte 1)
Un día me encontraba perdida en una nueva calle de esta vieja ciudad, sumergida en una de esas épocas en las que pagas porque la gente a tu alrededor te ignore, en las que te gustaría que la tierra se abriera debajo de ti y cayeras dentro de aquél abismo… Pero caes de vuelta en la realidad y en su poca probabilidad de que suceda, por lo que resignado suspiras por diezmillonésima vez en la semana o quizá del mes, hace mucho que había perdido la cuenta.

Justo al cruzar la calle di una vuelta equivocada avancé hacia la derecha en vez de seguir mi usual camino doblando a la izquierda, subiendo tres cuadras y topándome de lleno con la típica manifestación “pacífica” de los domingos, la cual como siempre cruzaría a dificultades, me tropezaría un par de veces terminando en brazos conocidos o en el suelo, aquél que tantas veces había podido examinar a gran proximidad dadas mis caídas… Pero particularmente hoy, este no era el caso. Aún sumergida entre recuerdos, dolores y pensamientos me adentré a lo profundo de esta desconocida calle en una ciudad que curiosamente creí ya haberla recorrido por completo.

Al comenzar a avanzar me di cuenta que esta cuadra terminaba en callejón sin aparente salida, por lo que ligeramente frustrada al dar la vuelta me encontré con un pequeño espacio de unos 60 cm de ancho por dos metros de altura, los suficientes para que una persona pasara sin mucha dificultad, mi primera impresión (y la más obvia, cabe mencionar) fue que era la entrada a una casa, pero estando no muy convencida  y a  la par un tanto confundida entré por el hueco en el muro y me topé con un lado totalmente distinto a mi ciudad.

A mí alrededor tendederos de edificio a edificio se cruzaban con ropas extendidas y secándose, faroles apagados se mostraban perfectamente limpios y  erguidos en las esquinas;  niños correteaban y brincaban con alegría en medio de la calle, como si ningún auto les pudiese atropellar o nadie les pudiese hacer nada… De igual manera se observaban a los padres cuidar a los chiquillos mirando por las ventanas de los altos edificios hacia sus respectivos pequeños, a su vez los edificios se mostraban de colores vivos y perfectamente cuidados como si en esta parte de la ciudad jamás hubiese llegado el siglo XXI, como si las manifestaciones, guerras, contaminación, narcotráfico y sátiras muertes tan cotidianas no les hubiesen alcanzado a tocar; todo era como si un   suave velo que era aquél muro del callejón fuera suficiente para que su realidad fuese totalmente distinta a la que todos en el mundo vivíamos.

Miré con un poco más de atención a uno de los niños que me miraba sentado bajo la sombra de un gran abedul que extendía sus ramas y  cargado follaje sobre el mismo, quien con una sonrisa alegre y un brillo particular en sus verdes ojos me hacía sentir confortada. No muy segura de lo que hacía (e igualmente sin pensarlo) mis pies se dirigieron en automático calle abajo donde aquella pequeña personita me observaba con tanto interés.

Al estar por fin cerca me atreví a mirar con más detalle al chiquillo de aparentes ocho o máximo diez años de edad, estatura promedio, cabello negro como la noche y con pequeñas pecas café claro que resaltaban en su nívea piel.

-Buenas tardes-. Saludé con educación y sonriendo abiertamente, como hacía demasiado tiempo no hacía.

-Usted es nueva en esta ciudad, jamás le habíamos visto, somos pocos habitantes, todos nos conocemos-. Afirmó el pequeño con esa voz como tintineo de campanilla de viento que los pequeños tienen a cierta edad.

-Llegué hace mucho tiempo aquí, sin embargo jamás me detuve quizá con el suficiente tiempo a mirar con atención, ya que jamás supe de esta parte de la ciudad-. Contesté entre sincera y avergonzada.

Esos pequeños y brillantes ojos verde jade me escudriñaron durante un rato para después levantarse en un solo rápido movimiento, cerrarse, parpadear y volver a abrirse mirándome con total confianza y alegría.

-¡Llegó entonces en el momento más indicado!-. Exclamó el pequeño levantándose de un salto, sonriendo aún más y extendiendo su delicada manita a la vez que decía: -Mi nombre es Mateo, soy hijo del dueño del nuevo café y me encantaría que nos acompañara a la inauguración el día de hoy-. Concluyó mientras estrechábamos nuestras manos.

Suspiré, titubee durante unos instantes y finalmente riendo por lo bajo seguí a Mateo quien con su manita me jalaba hacia el centro de esta especie de finca donde una imponente fuente al lado de un quiosco llamaban la atención regalando un excelso paisaje a quienes pasaban por ahí, justo detrás del quiosco se veía un café de grandes ventanales, con mesas afuera tapadas por hermosas sombrillas bordadas en la esquina con tiras de hilo de oro, eso sin mencionar el exquisito olor de café y pan de plátano recién echo que me llamaba como cántico celestial.

-Apúrese-. Apremió Mateo causando que hiciera largos pasos para poder aguantarle el ritmo, una vez estando ahí, el pequeño entró corriendo dentro del establecimiento y no volvió a aparecer, suspiré algo extrañada y me senté en una de las mesitas de la entrada.

-Perdone mi falta de educación, estaba preparándole un café y cortando una rebanada de pan de plátano, por ello no le di la bienvenida antes-. Se disculpó una sedosa voz a mis espaldas, di media vuelta a mi rostro para toparme con un Adonis estilo griego de cabello rubio, labios rojos, piel perfectamente blanca y unos ojos jade que me parecieron muy familiares.

-N… No se preocupe, la distracción ha sido mía porque no he pasado a saludarle y presentarme, finalmente yo soy el cliente-. Argumenté bajando la mirada ya que un profundo sonrojo se apoderaba de mis mejillas.

-Quedemos disculpados ambos entonces, sea usted perdonada y sea yo disculpado por mi falta de educación. ¿Le parece si para enmendar la falta de ambos usted me hace un favor y usted me concede dos más?-. Preguntó sonriendo de medio lado causando un abrazador sentimiento que envolvió mi corazón.

-¿No es injusto el trato que me ofrece?, usted habrá de darme un solo favor por dos que cumpliré yo, no creo que haya reciprocidad dentro del trato-. Respondí haciendo acopio de todo mi valor, el cual estaba dispersado entre mi cuerpo  que temblaba bajo el roce del suave viento que exhalaba su boca al hablarme.

-El palmero le  ruega a la santa el favor-. Dijo alzando mi rostro con su mano en la barbilla causando que la mirada de ambos se conectara.

-Est… Está bien-. Contesté con el estómago hecho un nudo, para después tomar aire y continuar: -¿Cuáles son esos dos favores?-. Finalicé cruzando mis brazos en mi regazo.

-El primero es que me regale su nombre, el segundo es que dentro en mi pared de invitados escriba lo que guste como parte de la inauguración-. Dijo extendiéndome un fino bolígrafo con las siglas D. M. grabadas.

-Mi nombre es Sophie Donovan y su segunda petición la haré con gusto-. Murmuré por lo bajo  pero curiosamente más tranquila, mientras él caballeroso me extendía su mano para ayudarme a levantar a la par que recorría mi silla.

-Es un placer señorita Donovan, mi nombre es Dorian. Acompáñeme por favor-. Habló mientras me abría la puerta.

Una vez dentro me topé con mucha gente comiendo trufas, pastelillos, tomando café o infusiones,  leyendo libros clásicos y de poesía, todo era como una alta esfera económica y cultural la cual no estaba al alcance de simples mortales como entre los que yo estaba impuesta a morar.

Miré detenidamente la pared en la que fragmentos de poesías se distinguían, enredándose ligeramente unas con otras, pero todas sin contestación a lo que yo sonriendo ligeramente escribí:

“En la noche, la luna brilla conmigo mirándola desde el porche... El cielo se ha oscurecido y te extraño...”

No sabía siquiera que extrañaba, mucho menos porqué escribí aquello, pero si soy sincera mi corazón urgió por escribir aquello y yo obedientemente accedí. Tomé mi bolso de mano que no me había dado cuenta que traía, suspiré y caminé hacia Dorian quien me sonreía.

-¿A quién extrañas?-. Preguntó Dorian confuso, lo miré extrañada por igual y respondí:

-Al amor que no he conocido, supongo-. Susurré al nivel de mi respiración.


La tardé pasó sin más incidentes y  tras una amena charla me retiré del café, donde una extraña alma se había adueñado de un pedazo importante de mi corazón y a su vez, la monotonía había desaparecido… Por lo menos por un tiempo.

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