sábado, 26 de enero de 2013

Sueño de un caballero y una doncella.


-Y un día me quedaré por siempre-...
Dijo el caballero antes de irse montando noble corcel.

-Lo espero con ansia-.
Respondió la doncella que perdió su mirada tras su amor.

Tras esa promesa pasaron largas noches oscuras
y mañanas soleadamente desteñidas...
Los días se volvieron semanas que a la brevedad se convirtieron en años.

Aquél prado que selló el recuerdo del primer amor de esa mujer,
ya amarillentaba su vista y secaba sus flores,
la primavera que parecía eterna había acabado
y con esta la diluida esperanza de aquella dama enamorada.

La doncella visitaba cada día aquél prado
esperando a que alguna vez por entre las colinas pudiese vislumbrarlo.

En el caballero ya se notaba el paso del tiempo,
Este había pintado con algunos rayos blancos su cabello,
sus ojos habían aclarado...

El tiempo parecía eterno,
la noche vacía sin sueños.

Una mañana tras larga espera,
por fin su encomienda vió finalizada el noble caballero
y sin esperar para ser agradecido con prisa retornó a su hogar.

Esa mañana,
La doncella tenía lágrimas en sus ojos,
había perdido pues, después de largo tiempo la esperanza.

Ella caminaba hacia el prado sin saberlo,
su cuerpo se dirigió sin que se lo ordenaran,
simplemente caminó.

Justo al llegar al prado aquella mujer vió su reflejo en un charco,
notó sus ojos más claros,
su cabello más largo y oscuro...
Su piel que aún conservaba aquél rubor que le cubría al pensar en él.

Ante sus propios ojos se dió cuenta de lo mucho
y poco que había cambiado,
como el cuerpo al ser envoltorio el tiempo le cambia,
pero el alma al ser eterna permanece intacta.

Un galope se escuchó a lo lejos
restándole alguna calma a aquél lugar.

La mirada de ella conectó con la de él,
sus corazones latieron nuevamente a la par
y en ese segundo la esperanza retornó traida por el amor.

Tras bajar de su corcel,
el noble caballero se acercó a su mujer
y en un tierno beso se reencontraron.

Poco tiempo transcurrió para que se desposaran,
en todo el reino no sabían de amor igual.

Los años pasaron y engendraron dos bellos hijos,
una niña y un niño,
ambos crecieron felicdes y muy sanos escuchándo las historias
que su padre y madre para ellos habían creado.

Aún tras su muerte se dice se puede ver algunas veces
bajo un gran árbol del prado dos siluetas tomadas de la mano.

Es así como cupido había logrado,
uno de los más grandes amores que poodría haber imaginado...

El Quijote y su Dulcinea.

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